viernes, 25 de marzo de 2016

+18 Obra corta -Pelea en los baños- Inspiración: Pg 75 de La espada del destino

Apenas había terminado de cantar el gallo y la ciudad ya estaba ajetreada. Olas de gritos y pisotones por todos lados lo suficientemente fuertes como para que cualquier animal que sufriese de pereza hubiese dejado las zonas circundantes a ella. Sus ciudadanos se movían de un lado al otro por miedo a que el más ínfimo retraso les costase su desayuno, desde el granjero que llevaba a tasar sus bien alimentadas reses hasta los posaderos que echaban a patadas de su hostal a los huéspedes que no conocían el decoro con la propiedad ajena. Lo único que estaba quieto eran las chicas de dudosa moralidad, sentadas en mitad de la plaza, pues ellas no necesitaban moverse lo más mínimo para ganarse unas cuantas monedas para llenar su estómago; o por lo menos, no debían realizar ese tipo de trabajo físico.

Gik acababa de salir del bosque que rodeaba por el norte la ciudad; y no tenía el aspecto más deseable para un recién llegado. Su pelo negro como la noche, que apenas llegaba a formar una coleta, estaba completamente húmedo y cubierto de barro. Su vieja cota de malla había vivido días mejores, sólo se sostenía a sus hombros mediante un par de anillas que no habían decidido acompañar a sus hermanas al suelo, dejando al descubierto un pecho peludo y sudoroso que se dejaba ver por los agujeros de la túnica. Estaba a rebosar de heridas y sudor de la última emboscada en el viaje. Las tropas contra las que se había enfrentado no habían dejado ni a uno sólo de sus compañeros con vida, y él sólo se había salvado gracias al viejo venablo de acero que llevaba a la espalda y había apañado como lanza. Tampoco es que le importase demasiado; hombres que deseen luchar hay en todos lados, y tampoco era una experiencia nueva el haberse quedado solo tras una batalla.

La gente no se alertó de sus pintas cuando cruzó las puertas de la ciudad exentas de guardas. Era normal en aquellos tiempos de guerra que peregrinos llegasen incluso peor en busca de médicos y zonas en las que descansar el cuerpo y la mente, y la ausencia de guardas en la puerta la achacaba a la falta de personal que llegaría a menos del nivel mínimo para patrullar las calles. Sólo un hombre anciano de prominente bigote blanco y frente tatuada se le acercó y le indicó en lengua común cómo llegar a los baños para limpiarse. Era extraño que todavía hubiese gente con valor suficiente como para hablar lengua común a los extraños, y por sus ropas no parecía un loco, y si era un loco se preocupaba demasiado por su imagen. Quizás había encontrado por fin un asentamiento fijo en el que todavía tuviesen el mando los suyos.

Animado, recorrió parte del camino, pensando que esa ciudad que acababa de conocer podía ser un santuario para los suyos, un lugar libre de sus enemigos, un lugar al que llamar hogar. Sin embargo, sus sueños solo duraron hasta llegar a un callejón donde se encontró a dos hombres forzando a una mujer.

Era guapa. Tenía ojos color miel y nariz graciosa y rosada. Su pelo rojizo, recogido en un moño alto, había dejado desperdigados un par de rizos seguramente debido a la confrontación inicial para defenderse de los dos bárbaros vestidos con ropas de minero y barbas de más de dos palmos. Le habían rasgado la túnica, dejando al descubierto unos pechos redondos con unos pequeños pezones rosados que contrastaban con su piel blanca ceniza, pudiendo distinguir un lunar en el izquierdo que cubría parcialmente una mano callosa y llena de lujuria, mientras que al estar cogida por los aires dejaba ver sus partes más pudientes pudientes teñidas con el signo de que había sido virgen hasta hace poco. Sus gritos de socorro estaban silenciados por la mano de uno de los hombres, mientras el otro se encargaba del trabajo principal con una risa molesta y repulsiva. Sabía cual era el destino de la pobre muchacha si no actuaba; sufriría, lloraría y si una aurora de suerte no la llegaba a cubrir tras la faena sin quedarse embarazada de uno de esos monstruos, acabaría con el cuello rajado y dentro de un pajar cercano, probablemente el de la posada de al lado debido a su tamaño.

Gik antaño hubiera desenvainado la falcata sin importar las circunstancias que rodeaban aquella grotesca acción, hubiera defendido a la pobre mujer, habría acabado con aquellos seres repugnantes, haciéndoles sufrir y arrepentirse de sus actos pecaminosos y finalmente hubiera dado consuelo y ayuda a la pobre muchacha, seguramente dándole lo poco que le quedaba de ropa para acompañarla hasta su casa. Pero ya no eran los viejos tiempos. Ya no creía en su antiguo juramento del bien para todos. Y jamás rompería el que actualmente usaba como estandarte: nunca ayudar a un romano. Por suerte no le habían visto, así que salio corriendo mientras escuchaba las ordinarieces de aquellos monstruos con piel de hombre y borraba de su mente el sueño de una ciudad libre de escoria y conquistadores. 

Por fin divisó los baños. Eran pequeños con una fachada bien cuidada con un cartel en el que estaba escrito con lengua de conquistadores 'Pasen dentro a relajarse'. Entró tras observar como la gente de los alrededores murmuraba sobre su raza, llamándolo con insultos que actualmente nos parecerían demasiado ofensivos, siempre intentando que no los escuchase. La recepción dejaba mucho que desear; sólo había una gran tabla con docena y media de cestas de mimbre amarillas, viejas y con varias hebras sueltas, y una mesa en la que se encontraba el dueño revisando un gran libro mientras hablaba con un hombre alto y corpulento.  El hombrecillo sentado era flaco y calvo, con barba de varios días en la que se encontraban ya zonas blancas, y ropas incomodas pero elegantes para sus estándares. Parecía que hubiese un único artesano que los producía para todos los negocios importantes de la zona. Pero eso nole importaba ahora, y el mal humor que llevaba encima tras los insultos y desde que había descubierto la conquista de la ciudad no se estaba arreglando con las miradas de desprecio que le soltaba el dueño cuando movía un poco los ojos para observarle mientras hablaba con el hombre que estaba de pie detrás de la mesa.

-Buenos días, me gustaría descansar un poco en estos baños- dijo Gik

-Silencio hombre- dijo el dueño- ¿no ves que todavía estoy tratando de informar a este respetable viajero? Coge una cesta, guarda tu ropa en ella y cuando acabe te cobraré.

De respetable tenía bien poco. Un soldado sin casco con la coraza impecable de la que sobresalía una túnica blanca con bordes verdes sin manchas de sudor y las sandalias casi sin estrenar que se quejaba constantemente de lo fatigado que estaba tras las luchas en el frente. Del mismo modo pedía precio para lavarse e información de los servicios que prestaban, eso sí, recibiendo un gran descuento por ser un héroe de guerra según sus palabras. Quizás, si hubiese estado más tiempo guerreando y menos eligiendo su conjunto no tendría tantos problemas con el precio.

Su mal humor no paraba de crecer, pero empezó a dejar sus posesiones en una cesta de las cestas vacías en la que habían dos toallas y unos pantalones que le llegaban hasta los tobillos, obligatorios para los clientes de tal forma de que no molestasen  con su desnudez a los demás, mientras miraba de reojo como trataban  al hombre delante suya. Veía cómo aquel diminuto hombre se encogía cada vez más mientras aumentaba hasta niveles insospechables la longitud de su sonrisa falsa y con su lengua bífida alegraba los oídos del capitán al que estaba tratando,informándole de precios y de todas las comodidades de las que podía proveerle. Cuando acabó de informarle, el hombre, alegre, decidió finalmente pasar un buen rato en aquellos baños, empezando a desvestirse en el momento en el que Gik había acabado y se dirigía a pagar con un mal humor hasta el límite con cada momento que pasaba en la recepción.

-Una moneda de plata por media hora en la bañera, cuatro de bronce por cada diez minutos a partir de ese momento. Dos monedas de plata si deseas una individual- dijo el dueño.

-Me parece demasiado caro- dijo Gik. Ya no podía aguantar más su mal humor tras el último gesto del diminuto hombre- Por ese precio le has ofrecido al hombre de antes una hora y media; por no hablar de la puta que le has recomendado- No tenía ninguna gana de disfrutar de una puta romana, tan orgullosas y malhabladas para su profesión. Ni siquiera le gustaban las putas, pero el mero hecho de que no se la ofreciesen le molestó de mala manera

-A él le ofrezco putas y a ti no porque él es romano, porque él es un soldado y porque él puede llegar a merecérsela. No le ofrecería ni una mierda a un perro como tú que apesta  a nativo desde tres leguas y que ni siquiera sabe seguir las órdenes de sus amos. Vete de aquí y no vuelvas imbécil, tal vez te vuelva a ver cuando reclame a tu hermana para ofrecérsela a un cliente con poco dinero y seso

- No me iré sin antes haberte hecho pagar por esas palabras lombriz

-Vamos, vete de aquí- dijo el otro romano con los broches de la coraza recién abiertos y una mano en el cinturón agarrando un arma corta- no querrás irte de este sitio y encima con una paliza

-Se acabó- murmuró Gik, tras lo cual dirigió un puñetazo a la nariz del soldado tirándolo al suelo con un grito mudo. El romano, tendido en el suelo, había ocultado sus pupilas tras los párpados entrecerrados, y respiraba inconsciente de manera irregular y con trabajo

Rápidamente, agarró la daga corta que llevaba el soldado encima cuando intentaba persuadirle. No se sorprendió cuando al desenvainarla vio que no tenía ni restos de sangre. ¿Que había estado en el frente? Y una mierda

-Como sueltes un grito o intentas informar a alguien, te mato- dijo Gik apuntando con la punta de la gorda hoja al dueño. El hombrecillo asintió- y tampoco te muevas lo más mínimo

Como no, estaba seguro de que el hombrecillo seguiría sus instrucciones al pie de la letra, pero no se había percatado de los dos soldados armados que habían entrado a los baños tras escuchar el estruendo que había producido la coraza del soldado al caer al suelo. Estaban cebados y sudaban por todas las zonas de su cuerpo. Los cascos se movían con cada movimiento que hacían y las plumas que lo adornaban ni siquiera podían mantenerse en pie. Una vergüenza para el águila que portaban en sus corazas

-¡Perro!- dijo uno de ellos- ¡Tírate al suelo y prepárate para tu destino!

Dos hombres uniformados y con espadas frente a su pequeña hoja y sin su cota de malla. Quizás le sirviese para calentar el cuerpo tras tantos días de deambular por el bosque.

El soldado que no había dicho ni una palabra se lanzó el primero. El muy iluso realizó un gran arco con la espada intentando cortar al nativo por la mitad, pero la armadura era demasiado pesada, y Gik tuvo tiempo suficiente para esquivarlo y poder encajar la daga en el cuello del romano, emanando una fuente de sangre que tiño el águila conquistadora con la sangre de su propio pueblo y ensuciando más de lo que ya estaban tanto la cara y el pelo del nativo.

El otro no requirió tanto trabajo. En cuanto vio como su compañero caía al suelo intentó huir, dejando al descubierto unos muslos que deseaban actuar como diana, de no requerían trabajo para atravesarlos, que no hicieron resistencias y cedieron cuando se clavó la daga que había estado hace tan poco tiempo en el cuello de su amigo en el derecho, tirando al soldado al suelo y llenando su rostro de sangre, tierra y lágrimas que no cesaron hasta que Gik le dio el don de la piedad.

Finalmente, Gik cogió la espada de la mano tendida del soldado que había intentado huir, y todo el odio que había sentido minutos atrás se había convertido en alegría por ver los cuerpos de sus enemigos tirados en el suelo inertes. Algunos lo llamarían sadismo, él lo denominaba pequeñas dosis de justicia. Pero aún no había acabado el trabajo, todavía quedaba un pequeño detalle

-Tú, pequeñajo- dijo al dueño de los baños mientras le quitaba la coraza y la túnica al soldado romano que había recibido su puñetazo- vigila que tu cliente no muera ahogado por su propia sangre. No ayudo a la escoria romana como tú, pero tampoco los mato salvo que sean soldados de verdad y no farsantes como esta basura

-Sí señor- dijo nervioso el hombrecillo con sudor llenando su calva y la cara cubierta de facciones de esfuerzo por aguantar las ganas de desahogarse por el miedo

-Y otra cosa más- se acercó hacia donde estaba aquel ser repulsivo mientras se terminaba de colocar la pieza de armadura robada, aumentando la tensión con cada paso que daba y agarrándolo del cuello al llegar hasta él, haciendo que aquella alimaña no pudiese aguantar más sus necesidades más primarias- diles a todos los que te encuentres en esta ciudad que estos hombres murieron a manos de uno de vuestros perros, que al final decidió corar sus cadenas y morder la mano del dueño que lo mata de hambre

Y tras estas palabras, salió del local, cogiendo de su cesta la falcata que se anudó al cinturón y el venablo a su espalda, pensando donde estaría el río más próximo para darse un relajante baño






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