jueves, 15 de septiembre de 2016

Gloria

Por fin, tras dos semanas en el mar con la única compañía de las olas y el yunque de Thor, desembarcamos en las playas de arena negra. Por fin conseguiremos alcanzar nuestra gloria.

El druida nos señala una zona rocosa para que encendamos un fuego para el caldero y nos cambiemos. Mis hermanos y yo olemos a sudor y sal, nuestra piel pica y los ojos sólo quieren cerrarse. Pero todos sabemos lo que nos viene encima, y no podríamos estar más felices por ello.

Finalmente nos desnudamos todos y nos sentamos alrededor del caldero. El druida empieza a llenar el caldero con agua, sal y especias. Finalmente, lanza dentro las setas mientras pronuncia una palabras sagradas. Son antiguas, casi tan antiguas como la tierra sobre la que nos sentamos ahora, son las palabras de los dioses que nos otorgarán la fuerza que necesitamos. El caldero termina de burbujear, señalando el final del rito, y todos bebemos un cuerno del brebaje mientras el druida comienza a repartir las pieles. Tras el último viaje, el druida decidió que era el nuevo propietario de la piel de lobo negro; se supone que este gran honor sólo se lo dan a los más fuertes de nuestro grupo, y mientras la recibo me río de que la lleve un guerrero con los bigotes ya blancos. Cuando termino de colocarme la piel, la espuma empieza llenarme la boca. El brebaje tiene efectos desagradables al principio: me mareo, la cabeza me da vueltas y sólo veo fantasmas horrendos que intentan acabarme. Pero cuando pasan, tan sólo queda una furia implacable. El druida sonríe al vernos a todos en ese estado y nos da nuestras armas, armas que han pasado de miembro a miembro desde que descubrimos el regalo de los dioses y cubiertas por runas cuyo significados e ha perdido en el tiempo. estamos listos para marchar.

Por fin alcanzamos nuestro destino. Para lo que muchos sería un simple pueblo alejado de la civilización, está a rebosar de reliquias con las que hacernos. Salvo por un puñado de soldados rondando el pueblo, no hay demasiado ajetreo. Hoy es el día de Sunna, seguramente la mayoría de la gente estará en el edificio del tejado alto. Los muy imbéciles vana  descubrir lo que es enfrentarse a nosotros, los dioses están con nosotros.

Avanzamos en carga hacia el pueblo. En cuanto oyen nuestro grito de batalla, los soldados que había dentro del edificio salen. Son más de los que esperábamos, pero no podrán pararnos. El primer soldado con el que me encuentro es un homúnculo cubierto de hierro salvo el cuello. Me lanza un corte con su espada, pero con una simple finta lo esquivo y le corto el cuello con un simple movimiento con mi hacha. La cabeza tiene una expresión de puro terror incluso al caer al suelo, pero no me puedo parar a recogerla, uno de sus compañeros avanza hacia mí por la espalda. No hace falta ni que me gire, mi hermano le ha ensartado con su lanza, y demostrando su fuerza la levanta hacia al cielo con el cuerpo clavado, la sangre cae del frío acero y baña con ella el rostro de mi hermano.

Sigo adelante, acabando con cada adversario que me encuentro. Uno tras otro mis cortes no cesan inflando de terror a mis enemigos. Me detengo un momento y veo en la lejanía uno de los pocos guerreros que queda con vida. Su escudo está raído y sólo usa como protección un gambesón y un casco de hierro, pero hay dos cadáveres en sus pies que pertenecen a mis hermanos.

Avanzo hacia él pero me detengo un momento en el camino. La espalda me duele y noto como empieza a humedecerse: me han clavado una flecha. No me puedo creer que no me haya fijado en ello antes, epro ya no importa, debo enfrentarme a él para vengarlos, cueste lo que cueste.

Vuelvo a la carga, y lanzo un hachazo contra él. Ha conseguido desviarlo con el escudo, y pago el error que he cometido recibiendo una estocada de su espada corte. Ha sido profundo pero no ha llegado una zona importante. La sangre empieza brotar de la herida y dejan mi pezón colgando por un hilo de carne. No debo subestimarlo.

Sigo cargando, lanzando hachazo tras hachazo contra su escudo. Si ha conseguido desviar el anterior golpe, le romperé el brazo a base de golpes. Solo pienso en atacarle y acabar con él pero vuelvo a cometer otro error, me ha alcanzado otro flechazo en el muslo. Tengo que retroceder un momento, la vista se vuelve borrosa y cada vez que respiro mi cuerpo quiere caer como un árbol cortado. Pero no puedo huir, no ahora, debo seguir luchando.

Rompo la flecha y la arranco de mi muslo, volviendo a levantarme para atacar al guerrero. Continúo golpeando su escudo y noto como se ablando su defensa. Me lanza un corte ascendente con su espada y aprovecho ese error para arrancarle el escudo con el hacha. Está expuesto, y consigo darle el corte de gracia cortándolo con todas mis fuerzas.

Por fin me detengo para ver el resultado de la batalla. Los condenados arqueros han muerto gracias a las lanza de mis hermanos y el resto con la fuerza de nuestras hachas. De los ocho que íbamos en el barcolongo, sólo quedamos dos y el druida. Cuando me dirijo hacia ellos para recoger todo el tesoro, me desplomo al suelo.

No puedo levantarme, mi cuerpo pesa demasiado, y la tierra que me rodea toma un tono rojo. Intento gritar pero se me atraganta el aire que entra por mi boca, y por fin las veo. Con sus cabellos dorados cubren mis heridas y cambian mi piel sucia por túnicas de jabalíes grises. Han venido a por mi, es mi hora, que destino tan glorioso he tenido